miércoles, 13 de julio de 2011

HORNO DE CAL


La composición de la sierra de Gádor permite obtener una cal de excelente calidad, por lo que las construcciones de la zona han empleado este material desde la antigüedad tal como se comprueba en los restos de la ciudad iberorromana de Urci o en otras muchas edificaciones antiguas.
Estos restos demuestran además que el mortero obtenido con la mezcla de arena, cal y agua tiene una solidez y durabilidad fuera de toda duda. Razones por las que abundan las caleras en todo el piedemonte de la Sierra de Gádor y más especialmente en el Bajo Andarax debido a la proximidad del rio y sus poblaciones.
Todas estas caleras fueron abandonándose sobre mediados de siglo pasado debido a la competencia del cemento, pero hasta entonces funcionaban decenas de ellas en las afueras de todos nuestros pueblos.
La solidez y proximidad de estas construcciones permite localizarlas y verlas en la actualidad en buen estado de conservación. Algunas concentraciones podemos encontrarlas en los Llanos de la Partala (Benahadux) y en el cruce de Alhama (Santa Fe y Alhama). También algunos elementos puntuales de más envergadura o importancia como la calera de la Venta de Araoz, o incluso se da el caso de caleras sueltas al otro lado del río.
Hubo momentos en nuestra historia reciente donde aumentó la demanda de estas caleras. Así a finales del siglo XIX la construcción del canal de San Indalecio necesitó una producción extra no solo para la composición del canal sino para los centenares de muros que se levantaron en los aterrazamientos posteriores para fijar el terreno en la sierra. También con la construcción de la carretera de Vilchez (la vieja carretera) y en general durante el largo periodo de esplendor de la uva de barco, donde se necesito cal para obras agrícolas, públicas y particulares. No hace falta más que darse una vuelta por nuestros pueblos o por la vega para ver las variadas aplicaciones de la argamasa caliza en nuestras edificaciones.
Además de su uso constructivo, la cal se ha empleado tradicionalmente para encalar las fachadas de las casas, lo que imprime a los pueblos del río ese toque mediterráneo y sureño. Esta operación del encalado no solo embellece y realza la figura de edificios y pueblos sino que tiene el cometido adicional de desinfectar y de proteger los muros actuando como una piel protectora. En definitiva la cal embellece, desinfecta y protege. Incluso tiene la ventaja añadida de que permite transpirar a la edificación evitando la acumulación de humedad y el deterioro inherente a ello.
Para encalar es necesario “apagar al cal” es decir, echar las piedras de cal en agua y esperar a que el agua hierva y la cal “desfogue”. Entonces la piedra y el agua se convierten en una mezcla blanda y lechosa que correctamente diluida se aplica en las fachadas.
Otros usos menos conocidos de la cal son su empleo en la agricultura, como excipiente y como componente de medicamentos, Volviendo a su aplicación constructiva, en el caso del fraguado, es necesario seguir el mismo procedimiento expresado anteriormente y luego proceder a su mezcla con arena, preferiblemente arenas finas de rambla exentas de salitre para formar así una duradera argamasa. También se puede mezclar directamente con grava y cantos formando una composición denominada calicanto. De la consistencia de esta mezcla dan fe obras milenarias, como las romanas, que han resistido siglos y terremotos.
Aunque las proporciones varían en función del tipo de obra o por cuestiones de ahorro, la proporción más empleada es la de una de cal y tres de arena o grava.
En cuanto al proceso de obtención de la cal, este empieza con su extracción en las canteras contiguas a la calera con la fragmentación de las piedras para adecuar tamaños. Luego se introducen en la parte superior de la calera y se colocan cuidando dejar huecos para que el calor se reparta. Se carga el horno de leña en su parte inferior y durante un par de días permanece encendido. Después se deja de echar leña y se espera unos días hasta que enfríe. Finalmente se retira la piedra y se procede a su comercialización. A este producto resultante se le denomina cal viva.
Seguramente la mayoría de nuestros abuelos recuerdan las caleras del piedemonte de la sierra de Gádor funcionando, las carretas y camiones cargadas de cal o los puestos de cal en los mercados.
El transporte de la cal lo han realizado durante siglos los agricultores de la vega, como un complemento a las tareas agrarias. Para ello disponían de un carro pesado tirado por los mismos bueyes empleados en las labores agrícolas.

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